martes, 11 de noviembre de 2008

HISTORIA

OCAÑA SEÑORIAL



PRIMITIVOS POBLADORES DE LA REGIÓN DE OCAÑA



La región que hoy se denomina Provincia de Ocaña fue habitada por varias comunidades indígenas descendientes de la tribu Caribe, entre ellas los patatoques, simitariguas, oropomas, búrburas, tiuramas, lucutamas, tisquiramas y otros, que eran los pueblos gobernados por el cacique de Hacaritama.
Su extenso territorio llegaba hasta los dominios del cacique Tamalaizaque y “hasta el pueblo de los Uramas, limítrofes con los Cáchiras y Chitareros”.
En los documentos históricos del siglo XVI, aparece el nombre de LOS CARATES, que agrupa varios pueblos de la ribera del río Algodonal y otras tribus, la mayoría de las cuales contienen la partícula AMA que traduce: región, así como la partícula CICA, OMA, y ARE.

A la llegada de los conquistadores, la región de Ocaña se encontraba habitada por diferentes pueblos aborígenes, cuya denominación genérica de Hacaritamas se ha conservado tradicionalmente. Sin embargo, dada la característica del territorio como zona de expansión caribe y con base en los descubrimientos arqueológicos realizados a partir de 1932 por los padres Debillo y Escobar, bien puede determinarse que en la antigua provincia de Ocaña se destacaron dos culturas de origen caribe: los Hacaritamas y la denominada Cultura Mosquito, Bajomagdalenenseo cultura del Bajo Magdalena, de afiliación Caribe, cuyos vestigios arqueológicos responden a la misma concepción estética, fabricación y fines que los descubrimientos en Honda y Tamalameque.

Con base en documentos que reposan en la biblioteca de la Real Academia de Historia de Madrid, el primer informe conocido sobre la descripción de Ocaña, que data del 24 de marzo de 1578, señala que el nombre nativo del asentamiento indígena fue el de ARGUTACACA.
En este mismo informe, se mencionan los pueblos indígenas de la región de Ocaña: SEYTAMA, BUXERAMA, CARACICA, BOROTARE, BEUXITARÉ, XINANE, MANANE, CARQUIMA, TEURAMA, CUCURIAMA, ASCURIAMA, BURGAMA, CARACACA, EQUERAMA, CHAMA y BISERAMA, BUCURAMA, ANARAMA, CARCOMA, TUSCURIAMA, CEQUERAMA, LANGUXAMA, SAOTAMA, OCAMA, LOS CARATES, XERGOMA, BUROMA, ORACICA, BUNEROMA, BISERA, ORACICA, ERCOSA, y AYTARA

Los anteriores pueblos agrupados bajo la denominación la denominación Hacaritama que según la versión de un estudioso de la lingüística podría derivar de los vocablos “Carate” y “Ama” (pueblo de los Carates).
De estas culturas han quedado algunos petroglifos como la “Piedra Gorda” (en el Hatillo de Ocaña); la “Piedra del Indio” (en Teorema) y los hallados en el lugar denominado “El Tronadero”, entre la vía que conduce de Convención a El Carmen.
En cuanto a sus costumbres, el informe indica que “no tienen adoraciones ni ritos ningunos”, Practicaban el culto a los muertos a quienes solían desenterrar para homenajearlos. Entre sus artefactos de guerra, se destacan los arcos y las flechas, y tambores elaborados con una madera denominada “qricua”.

La escasísima tradición oral y los vestigios arqueológicos descubiertos permiten, sin embargo, reconstruir una pequeña parte de lo que fueran estas tribus, material y espiritualmente. Así, Eustaquio Quintero nos habla de que su pueblo era…

“vastísimo y vivían en caneyes. Por las montoneras de tierra que se encuentran en aquellas casas se juzga su grandeza… sus calles de forma circular rodeaban un centro, como los bordeados ribetes de un caracol hasta dar a unas colinas artificiales que se supone eran los derruidos escombros del palacio del Mandarín. El cementerio tenía un cuarto de legua, yo lo he visto y sacado de sus sepulturas, cristales de roca, collares de hueso y una variedad de trastos de loza con dibujos indelebles”.
VESTUARIO: Los varones usaban taparrabo de algodón y las mujeres una especie de sayo, “a manera de un costal abierta por arriba y abajo sin costura puestas y presas de los hombros con unas cuerdas”.
ALIMENTACION: Cultivaban y consumían maíz, batata, yuca, ahuyama, y frijoles.
VEGETACION: en informe presentado al Gobernador Lope de Orozco menciona la existencia de gran cantidad de árboles frutales, entre ellos caymito, chiticomas y unos que producen frutas a manera de ciruelas endrinas.
FAUNA: La región contaba con venados, leones monteses (baquiras), papagayos, guacamayas, pabas de monte, y pajuiles.


FRANCISCO FERNANDEZ DE CONTRERAS

El fundador de Ocaña nació en Pedroche (España), al pie de la Sierra Morena de la Provincia Córdoba en 1526, su temperamento aventurero lo trae al nuevo mundo en 1542, cuando contaba con 16 años Residió en Cartagena y en la Villa de Mompós y a los 18 años se enroló en el ejército de Luis de Manjarrés con quien participó en incontables combates en la Sierra Nevada, en Cegua, en la Jagua, en Pore, en las matanzas de Nicaragua. Salvó a Mompós de un ataque indígena, presenció el sacrificio del indio momposino Chiquey, destrozado por un mastín de Manjarrés, y de otros echados a los caimanes, ya que su jefe pretendía infundir terror por su crueldad, luego trabajo en las filas del General Pedro Orsúa. En Pore, con 23 años, fue herido de un flechazo envenenado en el pecho y de un dardo en la pierna derecha”. Estuvo al borde de la muerte y solo se curó al cabo de mucho tiempo.
Junto al capitán Juan Maldonado funda a Mérida y la Villa de San Cristóbal, y pacifica los indios bailadores.

Estando en Tunja recibe orden de marchar contra Alvaro de Oyón rebelado en Timaná y Neiva, pero en el camino se le informa que Oyón fue puesto preso, ahorcado y descuartizado en Popayán. Fernández regresa a Tunja y con su mujer, Isabel de Rojas y su familia se instala en Pamplona, donde en 1544 se le asigna la encomienda de Venumaré, en 1556 le conceden las encomiendas de Butuca, Elechita, y Camia con cien indios para su servicio.

En 1565 Fernández de Contreras, como teniente corregidor de Pamplona, recorre todo el territorio buscando una salida al Magdalena, pues las rutas de las mercaderías que entraban por el lago de Maracaibo y el río Zulia estaba interrumpida por los indios quiriquíes que merodeaban amenazantes las costas de la laguna, y no había otro remedio que la larga travesía por Santafé, Tunja y Vélez, encareciendo los precios por el transporte y los “derechos de almojarifazgo y de portazgo”. Para agravar la situación, los productos, telas y aceites que entraban por el Magdalena pasaban de largo hasta Honda pues no existían puertos cercanos, y los motilones cerraban el paso de quienes se aventuraban por sus rutas.
De Honda las mercaderías subían a Santafé y de la capital se llevaban a Pamplona, San Cristóbal y Mérida por la ruta de Tunja y Vélez. La extraordinaria distancia hacía elevar los precios de manera exorbitante.

En la expedición de 1565 se desvía de su ruta y llega a la tierra de los Carates, lo cual es reseñado en la “Probanza de Servicios del Capitán Francisco Fernández de Contreras”.
Pregunta decimoquinta:”Yten si saben que biendo el dho capitán Franco Fernandez el gran aparejo que abía en la probincia de los Carates, por donde andubo para poblar un pueblo e descubrir puerto suficiente para este rreyno, procuro e suplico al muy ilustre señor Presidente e oydores le diesen licencia para hacer la ha población e descubrimiento del dho puerto, lo cual le fue denegado”. Esa autorización se le negó por razones económicas pues los oydores de Santafé sabían que la fundación de un puerto que evitara llevar mercancías hasta la capital les harían reducir sus recaudos.

Fernández pregonaba que la fundación de un puerto ahorraría a “los naturales del río grande once jornadas de trabajo de boga” Pedro Fernández del Busto, Gobernador de Santa Marta y natural de la Ocaña Toledana en España, finalmente le otorgó la licencia para fundarlo y Fernández de Contreras viajó por tercera vez a la “Provincia de los Carates”.
El 26 de julio de 1570 apareció en la Llanura de Hacarí, tierra del Hacaritama, el capitán de las milicias reales don Francisco Fernández de Contreras, venía acompañado de 34 hombres, con la autorización para fundar un puerto.

Las huestes peninsulares ranchearon a orillas del río Carates (río Algodonal) y el capitán consideró que el territorio cumplía los requisitos para su misión: servir de punto de salida a a las mercaderías de Pamplona y el lago de Maracaibo hacía el interior del país; encontrarse cerca al río grande de la Magdalena o Yuma; poblamiento indígena cordial y de clima excelente. Recorrió el territorio y casi 5 meses después el 14 de diciembre de 1570, realizó el rito de fundación, que consistió en la celebración de una solemne misa oficiada por Fray Fermín de los Reyes, seguida del señalamiento de egidos y pastos comunes y el trazado de la plaza, la iglesia y las calles aledañas.
Se acogió a la jurisdicción del Cacique Hacaritama y respetando sus linderos, determinó como términos o limites de la nueva ciudad los siguientes:
“El valle de Simalloa y desde allí para esta ciudad todos los indios que hubiese en la sierra de Chingalé hasta los indios de Zapatosa… Y desde allí cogiendo la sierra en la mano de esta ciudad y desde esta ciudad hasta el Robledal encima de los indios de Cachirí corriendo por todos los páramos hasta los indios de Cubia… Así mismo nombró por términos de está ciudad todas las demás vertientes de la laguna de Maracaibo y desde los dichos Robledales que están encima de Cachirí derecho al paso Volador hasta la Ciénaga del Bachiller con todas las vertientes al Río del Oro, y de allí para acá esto y todo lo demás nombró por términos de esta ciudad de la Nueva Ocaña.

Francisco Fernández de Contreras tiene el privilegio de ver crecer rápidamente a Ocaña con las características propias de las aldeas españolas, pronto llegan las mujeres de los fundadores y con el servicio de los aborígenes comienzan a realizarse las primeras construcciones y a delinearse la incipiente ciudad.

Estando en Ocaña se le informa que los indios de Santa Marta habían tomado la fortaleza de la Sierra y amenazaban la ciudad. Hacía allá se traslada con sus tropas, hasta que la recupera.

En 1576 el Rey Felipe II lo nombra mediante Cédula Real, Alcalde del puerto de Ocaña. Sale entonces hacía Santa Marta, comisionado por el Cabildo, para recibir del gobernador Fernández del Busto la ejecución de sus derechos, pero los ocañeros se quedaron para siempre a la espera de su fundador que no regresó ni se supo de su muerte.



LA FUNDACION DE OCAÑA

Dentro del grupo de expedicionarios y conquistadores compañeros de aquel que respondía al nombre de Gonzalo Jiménez de Quezada, el capitán Francisco Fernández de Contreras, era considerado uno de los más valientes y temerarios, nefasta fama ganada por sus combates en la reducción y sometimiento de los Chibchas; así, el capitán Fernández se encontraba entre los fundadores de la ciudad de Santafé. Esta razón motivó al gobernador de Santa Marta, Don Pedro Fernández de Bustos, a incluirlo dentro del grupo de guerreros que partieron de esa ciudad en los primeros días del mes de abril de 1570 con el fin de explorar las cabeceras del río Magdalena. Más tarde al lado de Don Ortún Velasco de Velásquez y de Don Pedro de Orsua aparece Fernández de Contreras en la fundación de Pamplona; su ya reconocido valor, lo acredita para ser nombrado jefe de la expedición que culminó con la fundación de Ocaña el 14 de diciembre de 1570.

Sucedió pues, que el día 26 de julio de 1570, el capitán Francisco Fernández de Contreras, seguido de sus tenientes y soldados, entre los cuales que se distinguían Juan Lorenzo, Diego Páez de Sotomayor, Gaspar Barbosa de María y otros más que junto a él y bajo las ordenes de Don Pedro de Ursua, habían conquistado y fundado Pamplona. En nombre de la majestad de Don Felipe II tomó posesión de las tierras de los Hacaritamas, cuyos habitantes avisados de la cercanía de los españoles, presentaronse en paz y no poco sorprendidos del ceremonial y la pompa guerrera con la que el capitán había querido rodear la fundación de la nueva ciudad. En el año 1573, ya por los continuos ataques indígenas, ya por el deseo de aproximar (4 kilómetros) un poco la ciudad al puerto (Gamarra), o posiblemente por las inundaciones que, en épocas de invierno sufrían aquellas tierras, se efectuó el traslado de Ocaña al sitio que actualmente ocupa, y desde entonces aquellos valles bañados por el río Algodonal o Catatumbo, fueron bautizados como " Llano de los Alcaldes".

En 1574, fue erigida como parroquia; y en 1579, se le confirió el título de ciudad, por la Real Cédula del soberano de España Felipe II; de figurar como capital de cantón primero y después de la provincia de su mismo nombre, con asiento del Gobernador de Seccional y de la Cámara Legislativa al decretarse por el congreso de 1849 una nueva división territorial, Ocaña fue una de las primeras ciudades que le cupo en suerte recibir al Libertador Simón Bolívar (1813), cuando se iniciaban en la Nueva Granada las campañas libertadoras; ocupa igualmente sitio preferente por haber sido Capital de la República (15 de abril de 1824) y por ser escogida para la reunión de la Gran Convención en 1828.


EL NOMBRE DE OCAÑA




Aunque el nombre siempre fue y ha sido Ocaña fueron varios los nombres con que se designó a la ciudad: Santa Ana, por ser su día el 26 de julio, cuando ranchearon las tropas de Fernández; Nueva Madrid de Ocaña; Santa Ana de la Nueva Madrid, La Nueva Ocaña, Santa Ana de Hacarí, por llamarse así la llanura donde se fundó y finalmente “Ocaña, en homenaje al gobernador que autorizó la fundación”.
El nombre de Ocaña viene del primitivo OLCANIA, que a su vez se deriva del griego OIKOS (reunión de aldeas).

La patria de Pedro Fernández del Busto, la Ocaña Toledana (España), tiene una fecha de fundación incierta porque sus orígenes se pierden en la prehistoria, como ha sido demostrado por descubrimientos arqueológicos de objetos que datan del siglo IV y III A de C, así como monedas, (denarios) del 533 de la fundación de Roma.
Ocaña formaba parte del primitivo pueblo “Los Olcades” que invadieron la Península Ibérica en el siglo VII A de C. Por su situación estratégica fue paso obligado de romanos, visigodos y árabes y frontera con almorávides y almohades.
Ocaña adquiere una importancia relevante al pasar a propiedad del rey quien en 11 de abril de 1173 la da a Pedro Gutiérrez y Tello Pérez. En las postrimerías del siglo XII (1182), Ocaña pasa definitivamente a la orden de Santiago quien la eleva a la categoría de Villa. Diferentes eventos históricos van configurando una paulatina notoriedad de esta en el reino de Castilla siendo honrada y distinguida por Reyes y Emperadores a lo largo de los siglos, tal es el caso de Pedro I “El Cruel” quien le otorga el título de Coronada, por lo que la Corona Ducal queda plasmada en el escudo de la ciudad. Otros como Juan II la escogen para celebrar en ellas sus Cortes (1422), Enrique IV (1468-69) y los mismos Reyes Católicos (1499) para jurar a su nieto el Infante Don Miguel, sin olvidar los Capítulos Generales de la Orden Militar de Santiago al tomarla por su aposento y morada habitual enclavando en esta de forma especial La Encomienda. Su recinto histórico fue recinto de multitud de acontecimientos, siendo el más sobresaliente de todo el compromiso unilateral de compromiso de Isabel I de Castilla con Fernando de Aragón, decisión que fue apoyada y defendida por la nobleza de esta Villa Castellana.

CABLE AÉREO


Indudablemente el cable aéreo constituyó uno de los principales medios de comunicación entre Ocaña y el puerto de Gamarra sobre el río Magdalena principalmente, por donde sé hacia casi todo el comercio de la provincia y gran parte del departamento. El cable por su seguridad prestaba un buen servicio y si bien no era la obra ideal para pasajeros, sí acortó en mucho la distancia que separaba de Gamarra; así sé hacia el recorrido en seis horas y las impresiones que recibía el viajero eran por demás agradables, pues el funicular recorría una región privilegiada en la cual se experimentaban todos los climas y no escaseaban los paisajes bellísimos.

El cable medía una extensión de 46.950 kilómetros, con 204 torres que variaban de elevación desde 3,60 metros como mínimo a 65 metros como máximo, y entre las estaciones inicial de Gamarra y terminal de Ocaña, en las cuales había espaciosas bodegas y suntuosos edificios para oficinas y maquinarias, se encontraban las siguientes estaciones intermedias, en las cuales había también bien construidos edificios: Aguachica, Lucaica, Cerro Bravo, Múcuras, San Rafael, Lindsay, Sanín Villa y Río de Oro.

Los trabajos del cable se iniciaron durante la administración del General Pedro Nel Ospina a fines del año 1924 y solemnemente inaugurada el día 7 de agosto de 1929, en la administración del doctor Miguel Abadía Méndez. Su costo fue de cerca de 3’000.000 de pesos.

El Cable existió hasta 1950 y fue desmantelado debido a la competencia de la carretera Ocaña-Gamarra inagurada en 1944.



LEYENDA

DON ANTÓN GARCIA DE BONILLA


Era don Antón García de Bonilla hijo de Don Antón el Conquistador valiente, de su mismo apellido. Heredó de su padre con el temple toledano de su alma, crecidísimo caudal que aumentó más a fuerza de indomable energía, de talento y de asombrosa actividad. Casado muy joven con Doña María Téllez, linda como una rosa al abrirse, buena como el trigo candeal.

Ceñidos a la historia, fue Don Antón un gran benefactor de los humildes. Preocupado por la educación, cedió terrenos para construir el primer colegio en Ocaña, ideal que se frustró por la intriga de quienes no le llegaron nunca a la altura de sus espuelas.

Amigo, por seguro instinto de nobleza, de los placeres delicados y las fruiciones del espíritu, era en aquellos tiempos Don Antón como un civilizado de los de ahora, pero con mejores nervios, menos sensualidad, más plenitud de vida y con más salud en el cuerpo vigoroso y menos roña en su alma. Espléndido como un sátrapa de oriente, romántico y artista tal vez sin comprenderlo, convertía para su placer y el de su dama los turbulentos ríos en deliciosos lagos encantados (Es tradición generalísima que la ciénaga de Patiño fue artificialmente formada con un brazo del Lebrija por Don Antón García de Bonilla, para que en ella se divirtiera su mujer). De ahí el nombre de ciénaga de Doña María con que hoy se conoce). Duro con los siervos altivos, enérgicos e indomables cuando el caso llegaba, como un varón feudal, ostentoso y deslumbrador en sus riquezas.

Varón de tan insignes cualidades y por haber vivido en el oscurantismo de la colonia fue presa fácil de la fantasía y de la leyenda.

Según esta última, un día de tristeza, la hija más amada de Don Antón enfermó de "tabardillo", allá en su inmensa hacienda de San Roque (Aguachica). Con la velocidad del vértigo y acompañado de su fiel escudero Teófilo, escogió los más alados corceles y emprendió ajeno a todos los peligros que le ofrecía la agreste selva, la desbocada carrera en busca de un milagro.

Cuando los candiles aún iluminaban las callejas de la Villa, con el alma en las manos llegó Don Antón ante la vetusta capilla de Santa Rita: Abogada de imposibles y postrándose ante el altar barroco, suplicó a la Santa por la salvación de su adorada hija, prometiéndole a la taumaturga todas sus riquezas.

La niña sanó como por ensalmo, pero extrañamente, de quien menos se esperaba, Don Antón no cumplió su promesa. Tal vez como castigo para el "fementido", la santa lo eternizó para siempre y es por eso que en las altas noches y en la propicia penumbra los noctámbulos ven pasar en un corcel negro, vestido a la usanza española (Chambergo emplumado, Negra Capa y espolines) al penitente viajero siempre por las mismas calles que conducen a Santa Rita.

¿Verdad o leyenda?, todo puede ser posible para el noble y gallardo Don Antón el gerifalte en busca de la quimera.


EL CERRO DE LA HORCA



Sobre el filo áspero y estéril del cerro de la horca soplaron en otros tiempos vientos huracanados de tragedia. Y sobre esos vientos galopa largamente, desmelenada como una bruja, la silueta informe de la leyenda. Como que es fama que en ese alto filo por allá en los lejanos días de la colonia estuvo a punto de ser ahorcada por sus secretas mañas diabólicas, Leonelda Hernández, una gentil mestiza de 26 años, de una fina estampa cautivadora que según la tradición tenia unos bellos y audaces ojos negrísimos y gozaba además de prestigio de guerrera sanguinaria y hechicera de muchas artes.

Y fue que habiendo sido condenada por el venerable tribunal del santo oficio a morir en la horca, por el mantenimiento de oscuras relaciones con el demonio, se le trajo una tarde, para ajusticiarla desde el antiguo pueblo de Burgama, nombrado hoy San Juan Crisóstomo de la Loma, hasta el que entonces se conoce como Alto de Hatillo, donde los dirigentes oficiales de la inquisición ya había levantado el trágico instrumento del suplicio.

No fueron precavidos los duros sarrajones de la escolta y de ello resulto que en lugar de cuerpo moreno de Leonelda lo que algunos habitantes de la ciudad alcanzaron haber ya entrada la noche, la luz indecisa de la pálida luna de junio, pendiente de la horca sobre el filo indiferente del cerro fue el cuerpo infortunado del capitán de los gendarmes, cuyos cuerpos sacrificados y horriblemente destrozados, yacían por el suelo, sin poder y sin vida. ¿Pues que ocurrió? Que un astuto y enfurecido grupo de indios de los que en esos días merodeaban por los lados de Aguas Claras, filtrándose entre la maleza, arrastrándose como reptiles, habían seguido sigilosamente las huellas de tan alegre y arbitraria expedición y al llegar al sitio de sacrificio y al grito de “aquí de los de burburas”. Cayó como una tromba sobre la presuntuosa tropilla, colgando al jefe y libertando a la hechicera.

Victoriosa y altiva a la cabeza de sus heroicos libertadores, Leonelda Hernández regreso aquella misma tarde a su ranchería, no sin que a su paso dejara en los poblados estela polvorosa de odio y de fuego. Y ya de nuevo en sus dominios, en las noches propicias, bajo él tembló azorados de los astros y secundada por un macabro cortejo de incubos enloquecidos y jóvenes brujas desnudas, nuevamente la arrogante hechicera volvió a organizar en el asombrado corazón de la sierra nativa el jolgorio escandaloso de sus diabólicos aquelarres. Por lo demás el cerro de la horca desde el día en que llamándose alto del hatillo miro absorto surgir a sus pies el encanto de la villa españolísima, ha vivido vinculado siempre a su destino. Lo mismo en las horas jubilosas de sus muchas alegrías que en los momentos azarosos de dolor y de prueba, así un día cuando en azote de Dios cayó sobre los hombres y la ciudad fue herida o por epidemia o por la guerra el cerro de la horca ante la incapacidad de los cementerios colmados, recogió en los piadosos refugio de sus lomas los cuerpos lacerados por el fuego de odio o marchitados por el ardor fulminante de la fiebre. Y otro día claro y místico ufano de su inusitado atuendo religioso conmovido ante la felicidad de una raza a una entrañable tradición de siglos, el mismo cerro rindió sus lomos gigantescos para que sobre ellos se empinara ante la solitaria austeridad de la urbe, patriarcal y misericordiosa, la nazarena figura del redentor de los hombres.


"LEONELDA" LA HECHICERA DE BURGAMA








En la oscuridad religiosa de la Colonia, la ciudad que más tarde habría de ser galardonada con el "milagro azul de Torcoroma", no escapó a la investigación y artimaña de la inquisición. Según los cronistas de la época, el libertinaje que era un factor común entre esclavos e indios, hizo presa fácil a las Damas de alta alcurnia y éstas, en olvido de la fe cristiana tan celosamente custodiada por los discípulos de Torquemada y posiblemente, atenazadas por la malicia y el deseo reprimido, fueron víctimas propicias de hechiceros y brujos que en sus aquelarres, las indujeron a la práctica de sus conjuros y a la utilización de brebajes y pócimas para el logro del amor, del odio o la venganza por caminos antinaturales.

Dicen los cronistas que en el pueblo de Burgama, existió una mestiza de singular belleza, hábil en las artes del hechizo y la brujería, llamada Leonelda Hernández, quien con otras de igual índole, Antonia Madona, María Pérez, María Mora y María del Carmen, causaron escándalo y alarma entre las autoridades civiles y del Santo Oficio hasta el punto de ordenar su apresamiento.

Sometidas a juicio, Leonelda Hernández, princesa de los Burgamas, fue condenada a sufrir la pena de la horca y sus compañeras apenas de confinación, no sin antes tener que presenciar para escarmiento, el suplicio de la primera.

Determinado el día de su ejecución un piquete de Alabaderos condujo a la singular Leonelda y sus compañeros hasta el "cerro de la horca" (hoy Cristo Rey) en el cual se cumpliría la fatal determinación.

Complementaba el séquito, un representante del Santo Oficio y los portadores del siniestro dogal.

Preparado el patíbulo y lista Leonelda para recibir la pena capital, irrumpió en el lugar un grupo de indómitos y belicosos indios Burburas, en pie de guerra, y con la amenaza de sus primitivas armas sometieron a la sorprendida tropa y ante la mirada atónita de la Comitiva, liberaron a su Princesa y a sus compañeros de aquelarres, dejando en su precipitada huida un manto de fuego y un clamor de alaridos.
Posteriormente, Leonelda fue capturada de nuevo, pero ante la ausencia del representante del Santo Oficio y tal vez, como reconocimiento a su bravura e hidalguía, se le condenó la pena, se le cristianizó y entró, hasta el final de su vida, al servicio de una de las familias prepotentes de la Villa.

Para los ocañeros, respetuosos de su historia y de sus leyendas, Leonelda es un símbolo de la raza y la fantasía, y el tiempo acrecienta su belleza y su embrujo hasta los confines de un sueño de opio.


NUESTROS SIMBOLO


LA BANDERA





Ideada y popularizada por Juan Manuel Duque Carvajalino:

“Largo dos veces lo ancho, dividido en cuatro rectángulos iguales, con los colores verde y blanco contrapuestos. El primero superior verde, el segundo superior blanco, el primero inferior blanco y el segundo inferior verde”.

Algunos le cosen el escudo de Ocaña al centro.



EL HIMNO


Adaptándose como Himno a Ocaña el poema “Himno a Ocaña” de Mario Javier Pacheco García en 1975, fue acogido y aprobado por decreto 159 de diciembre de 1994 y ratificado por acuerdo 036 de noviembre como Himno Oficial de la Ciudad de Ocaña. El poema Original constaba de 8 estrofas y dos coros. El himno aprobado consta de 4 estrofas y el coro se entona en tres oportunidades. La música es del maestro Carlos Guillermo Lemus Sepúlveda (fallecido), y los arreglos orquestales del maestro Raúl Rosero y asesoría coral del profesor Alonso Bayona Quintero.


HIMNO A OCAÑA


CORO

Ocañeros con todo el orgullo,
Ocañeros por nuestra región,
Por Ocaña hasta el fin de los días,
Por Ocaña con el corazón.

Desde que en mil quinientos setenta,
Te fundo el pedrocheño español,
Don Francisco Fernández de Contreras,
Somos casta, nobleza y honor,
La hermosura de nuestras doncellas,
En Leonelda hechicera surgió,
El valor en los libres de Ocaña,
Que Bolívar ungió en batallón.


CORO

Ocañeros con todo el orgullo,
Ocañeros por nuestra región,
Por Ocaña hasta el fin de los días,
Por Ocaña con el corazón.


Pero en mil ochocientos veintiocho,
Voces truenan en la Convención,
Agoniza el imperio en partidos,
Santander al amor sublevo,
Por tu gente, tu paz y progreso,
Por tu historia, por tu redención,
Por ti valle del Hacaritama,
Nuestra sangre así lo pide DIOS.


CORO

Ocañeros con todo el orgullo,
Ocañeros por nuestra región,
Por Ocaña hasta el fin de los días,
Por Ocaña con el corazón.



EL ESCUDO DEL MUNICIPIO DE OCAÑA


Es el mismo de la Ocaña española popularizado por Luis Eduardo Páez Courvel, aunque en 1978, sin presentar argumentación heráldica, le suprimieron algunos elementos como los leones, y la mesa con la tesis que en Ocaña no existieron leones y que la ciudad no es una meseta. Costa de:
· Corona Ducal: Otorgada por Pedro el justiciero o el cruel en 1360, en reconocimiento a los soldados ocañenses (gentilicio de los habitantes de la Ocaña hispana) que combatieron contra los invasores bárbaros.
· Dos leones rampantes: Por haber pertenecido a los reinos de Castilla y de león.
· Torre Brigia o torre blanca del homenaje: fue construida como sede del gobierno ocañense por su fundador, el rey Brigio, antes de Cristo. Fue destruida en 1570, año de nuestra fundación.
A los dos flancos de la torre las letras O y C que resume la palabra Olcaina (reunión de aldeas) de donde proviene su nombre.
· La mesa: Aludiendo a la rica meseta sobre la cual fue fundada Ocaña.
En 1978 el concejo municipal aprobó un acuerdo con ocasión a las celebraciones del sesquicentenario de la Convención de Ocaña, declarando oficial un escudo, que en 1991 describe Alfonso Carrascal Claro así: en forma de blasón y sobre fondo azul intenso, un castillo almenado de la época de la fundación de Ocaña, construido en ladrillo de color rojo, como roja es su puerta de entrada. Sobre el castillo, una corona de reina, adornada con piedras de color verde y rojo”.


EL TRAJE TIPICO


Con diseño de Álvaro Carrascal Pérez y modelado por Astrid Vergel Carrascal fue en 1980 el mejor traje típico de las regiones nortesantandereanas. En él se utilizaron los colores de la bandera verde, blanco, detallados así: blusa verde, con cuello bordado en blanco, encaje con el mismo color en las mangas. Falda blanca con cebollas fabricadas en papel y rellenas de algodón. De ellas se desprende varios filamentos de hojas verdes. El traje viene acompañado con sombrero de fieltro, pañolón verde con flecos blancos, y nuestras tradicionales cotizas.
El hombre viste pantalón blanco recogido en uno de sus tobillos. Camisa blanca con pañoleta verde anudada en el cuello. Cinturón negro del que pende un machete, y en sus manos la cañabrava del zurriago.



LOS FELIBRES



Culminada la denominada Guerra de los Mil Días, retorna la calma a la provincia de Ocaña y con ella se reinicia la actividad cultural. Aparece, entonces, en el panorama de las letras, el grupo literario integrado por Euquerio Amaya, Diego Jácome, Joaquín Roca Niz, Víctor Manuel Paba, Enrique Pardo Farelo, Santiago Rizo Rodríguez y el sacerdote-poeta Alfredo Sánchez Fajardo. De tal núcleo, conformado por poetas, periodistas e intelectuales, en general, nacerían Los Felibres, consolidados hacia 1904 con la aparición del periódico Espigas. Este centro de cultura regional se vería reforzado también con la presencia del poeta Jesús Emilio Ceballos y el intelectual venezolano Gonzalo Carnevalli. El nombre de Felibres fue tomado del movimiento provenzal aparecido a mediados del siglo XIX, cuyas características modernistas y regionalistas adoptaron Euquerio Amaya, Santiago Rizo Rodríguez y Enrique Pardo Farelo, conocidos en el mundo de las letras con los pseudónimos de Adolfo Milanés, Edmundo Velásquez y Luis Tablanca, respectivamente. En Bogotá, la revista Trofeos, dirigida por Cornelio Hispano, da cabida a los versos de estos tres exponentes de nuestras letras.
Su ideología liberal y sentido de ruptura frente a la sociedad que les tocó en suerte, desata sobre Los felibres la persecución o la indiferencia de sus contemporáneos. Sólo hasta la aparición del Centro de Historia, en 1935, comienza prácticamente a reconocerse el valor literario de este movimiento regional que marcó un hito en la historia regional.















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